Los certámenes de belleza van mucho más allá del físico y el talento. En México, como en muchos países, es un escenario en que las diferencias de clases y el color de la piel pueden llegar a convertirse en el centro de la contienda.
Samantha Leyva, una guerrerense de 23 años, buscó cambiar los ideales de belleza en el certamen Miss México 2016. “Con mucho orgullo y valores, he estado representando a la comunidad afrodescendiente de mi estado”, me dijo en una entrevista telefónica.
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Samantha, nacida en Acapulco, ganó el tercer lugar del certamen nacional en octubre pasado. Sin embargo, las redes sociales se encargaron de minimizar su éxito e incluso muchos se burlaron de sus rasgos negros.
“Esta negrita no se ve muy femenina”, escribió una persona en Instagram.
Los coordinadores de los certámenes en otros estados también la criticaron. Aseguraban que iba a ganar sólo por ser afromexicana. “Tú por ser diferente vas a pasar y vas a llegar al top cinco”, fue uno de los comentarios que recibió.
Samantha, quien es pasante de enfermería y estudió en la Universidad Autónoma de Guerrero, asegura que ha tenido que soportar un racismo escondido en México.
“Creo que todos nos hemos acostumbrados a ver otro tipo de mujer; otro tipo de belleza mexicana”, dijo.
Por muchos años la televisión y la publicidad han fomentado un ideal de belleza eurocéntrico, en un país donde la mayoría de la población es mestiza. Las ganadoras de los certámenes típicamente vienen de estados del norte o el centro del país y tienen rasgos anglosajones. En pocas palabras, las “güeras” son las que, generalmente, se llevan la corona.
El certamen de este año coronó como Miss México a Ana Girault, una socialité y modelo de la Ciudad de México. Andrea Meza de Chihuahua logró el segundo lugar. Muchos de los fanáticos de Samantha quedaron decepcionados con el resultado.
“Pero como siempre… los chingaos estereotipos siempre ganan”, publicó sobre el resultado de la contienda la página web Frases Acapulqueñas.
El certamen nacional de este año evidenció dos Méxicos:
El de Samantha Leyva, una afromexicana que estudió en una universidad pública en uno de los estados más pobres y el de Ana Girault, la joven de apellido francés, que estudió en una universidad privada de la capital.
Sin embargo, la popularidad de Samantha ha logrado incrementar la visibilidad de la comunidad afrodescendiente.
Apenas en 2015, por primera vez, la población afrodescendiente fue incluida en el censo nacional.
Pero a diferencia de la población indígena, los afromexicanos aún no son reconocidos como etnicidad a nivel constitucional.
Samantha quiere ayudar a que su comunidad obtenga el reconocimiento que se merece.
El certamen de Miss México requirió que cada concursante lleve a cabo un proyecto social para la categoría conocida como “Belleza con propósito”. Samantha lanzó un proyecto titulado “Salud y educación para la niñez afrodescendiente del estado de Guerrero”.
Samantha también se ha pronunciado sobre el movimiento Black Lives Matter (las vidas negras importan) que se desató en Estados Unidos tras la muerte de varios afroamericanos a manos de la policía.
“Me quiero unir a esta campaña y quiero ser parte de este movimiento tan importante para la comunidad afro en todo el mundo”, me dijo.
Samantha se ha convertido en un ejemplo para la comunidad afrodescendiente. También lo es para todas las mujeres mexicanas.
Ha decidido ignorar los insultos racistas, para seguir presentándose como una afromexicana de pelo crespo con una vislumbrante belleza exterior e interna.