María Teresa Rivera fue detenida en El Salvador en el año 2011. Fue acusada de haber tenido un aborto y la sentenciaron a 40 años de cárcel por tal homicidio agravado. Rivera dice que fue un aborto espontáneo y que ni sabía que estaba embarazada. Un equipo de abogados lograron liberarla, pero no antes de que pasara cuatro años y medio en la cárcel. Huyó del país cuando un procurador apeló la decisión del juez en una instancia más alta.
El 20 de marzo, la Agencia Migratoria de Suecia le otorgó asilo político a Rivera y a su hijo de doce años. Se cree que es la primera persona en todo el mundo que ha recibido asilo por ser perseguida por aborto.
Splinter tuvo una conversación con María Teresa Rivera en su nueva casa en Estocolmo en junio. La entrevista ha sido traducida para este artículo.
Esta pesadilla empezó en noviembre de 2011 en San Salvador, El Salvador. Fue la noche antes de la graduación de primaria de mi hijo y me fui a dormir muy tarde después de preparar comida y planchar su ropa. Unas horas después, me desperté con calambres en mi estómago. Fui al baño porque necesitaba hacer popó. Recuerdo sentir algo caer en mi estómago. Cuando fui a limpiarme, me di cuenta que había sangrando. Regresé a la casa y mi suegra llamó a la ambulancia para que me ayudaran. Estuve perdiendo sangre y tomó tanto tiempo llegar al hospital que me desmayé. No me acuerdo de nada más después de eso.
Cuando me desperté en el hospital, los policías ya estaban de guardia en mi cuarto. Los policías me preguntaron dónde estaba mi hijo. Estaba confundida porque no sabía de qué hablaban. Me estaban acusando de matar a mi hijo. Luego me di cuenta de que me estaban acusando de haber tenido un aborto. El Salvador es uno de los seis países en el mundo que han prohibido cualquier tipo de aborto.
No supe que estaba embarazada. Seguía menstruando y mi estómago no creció. Le dije a los policías que no había matado a nadie.
Los agentes me dijeron que me iban a arrestar por un homicidio y me esposaron a la cama para que no me pudiera escapar. Les pedí que tomasen mi sangre y que hicieran todos los exámenes necesarios. Pero los doctores no hicieron eso. No existe ahora ninguna evidencia científica.
Estaba en la cárcel al día siguiente. Todavía estaba convaleciente. Habían tantas mujeres en mi celda que solo podíamos estar paradas. Estaba tan llena, que tomábamos turnos para dormir en el piso. Aunque todas permanecían paradas más horas para que yo me pudiera quedar acostada. Las mujeres me cuidaron. Hasta compartieron su comida conmigo. La cárcel a la que me llevaron no daba comida, mi familia me la traía. Mi suegra, en particular, aunque nunca la recibía. Luego me transfirieron a una prisión.
Me perdí la graduación de mi hijo. Y luego los próximos 4 años y medio de la vida de él.
Le mencioné a una compañera del trabajo en enero de 2011 que estaba preocupada porque mi periodo menstrual se estaba tardando. Luego vino a dar testimonio en la corte para decir que yo sabía que estaba embarazada. Pero el juez dijo que había tenido el aborto en noviembre. Eso no tiene sentido porque eso hubiera significado que estuve embarazada 11 meses cuando tuve el aborto.
Siempre he dicho que si quería un aborto, no me hubiera esperado 11 meses. Ni tiene sentido que me condenen por estar embarazada por 11 meses.
Me sentenciaron a 40 años en la cárcel por un homicidio que no cometí.
Cuando el juez me dio mi sentencia, sentí como que ya fuera el fin de todo. La primera cosa que pensé fue: ¿Cuántos años va a tener mi hijo en 2052 cuando salga de la cárcel?” Conté y me dije, “Va a tener 47 años y me va a odiar. Me va a culpar por no estar en su vida. Pensé en todas las cosas que le podrían pasar a mi hijo en ese tiempo. Fue muy difícil.
La verdad es que he tenido una vida muy difícil, pero eso es lo que me ha dado fuerza. Tenía cinco años cuando mi mamá desapareció durante la guerra civil en El Salvador. Nunca escuchamos de ella otra vez. Mi abuela me crió a mí y a mi hermano y nos llevaba al trabajo con ella. Ayudábamos a limpiar las verduras en el mercado, y diferentes miembros de la familia tomaron el relevo en turnos cuando se enfermó. Yo tenía ocho cuando me violaron de camino hacia la escuela. Tenía que pasar por una calle oscura y mis tías me culparon a mí. Mi hermano y yo luego quedamos en un orfanato para hijos de personas desaparecidas.
Nunca veía las noticias en la televisión, y mucho menos leía el periódico. No quería llenar mi mente con más historias trágicas. He tenido que vivir con las mías propias. Cuando entré a la cárcel, asumí que yo era la única persona que estaba allí por haber tenido un aborto o un aborto espontáneo.
Salí en todas las noticias, las mujeres de la cárcel me reconocían. Resultó que había muchas más mujeres en detención que habían sido acusadas de tener abortos. Unas tenían sentencias de 30 años, otras fueron sentenciadas a 35 años. Pero yo había recibido la sentencia más fuerte. Fui la primera en recibir una sentencia de 40 años, por eso mi historia recibió atención internacional.
Solo se necesita que una persona te reconozca en la cárcel y luego se pasa la palabra. Los rumores se difunden.
Las mujeres en la cárcel me llamaban la “mata niños”. Me decían que me iban a matar como yo maté a mi hijo. Afortunadamente, nunca me atacaron físicamente; simplemente era estrés emocional.
Luego conocí a otras personas en la cárcel, algunas con tan solo 18 años de edad, que fueron detenidas por tener un aborto. Todas eran pobres. Las mujeres que tienen dinero le pagan a sus doctores privados para los procedimientos o se van a otro país para el aborto.
Las mujeres venían a mí y me decían que estaban ahí por un aborto. Tomaba sus nombres y se lo pasaba a mi abogado.
[Por lo menos 129 mujeres fueron condenadas por crímenes relacionados al aborto en El Salvador entre 2000 y 2011, según la Agrupación Ciudadana por la Despenalización del Aborto, el grupo que ayudó en el caso de Rivera. De todos estos casos, 23 fueron condenadas por tener un aborto ilegal; 26 fueron condenadas por homicidio. Por lo menos 21 mujeres en cárceles salvadoreñas están ahí por cargos relacionados al aborto].
Conocí a estas mujeres durante mis cuatro años en la cárcel. Todas tenemos historias similares. Veníamos de familias de obreros y éramos pobres. Algunas de ellas habían estudiado un poco. Otras mujeres fueron violadas. Habían casos de incesto y abortos espontáneos.
Todas vivimos esta experiencia difícil y nosotras somos las únicas que sabemos cómo nos sentimos.
Hicimos un pacto y nos prometimos que la primera que fuera liberada iba a ser una vocera para todo el grupo. Éramos 11 de nosotras las que hicimos ese acuerdo. Todas pensábamos que la otra iba a ser la primera en ser liberada. Pero resultó que fui yo.
Ahora tengo esa responsabilidad y no puedo romper con esa promesa. No hablo de esto para que la gente sepa quién soy—hablo para que la gente se entere de lo que está sucediendo. Mi promesa con estas mujeres que todavía están encarceladas es lo que ahora me da la fuerza para seguir adelante.
Sentí que estaba soñando cuando escuché que el juez iba a cambiar la decisión de mi caso.
El juez decidió que no había suficientes evidencias para comprobar los cargos que se habían puesto contra mi. Anuló la sentencia y ordenó que el Estado me pagara por el daño de haberme mandado a la cárcel durante casi cinco años.
La decisión del juez llegó a los periódicos otra vez, pero las historias ahora se enfocaron en que el fiscal iba a apelar la decisión. Uno de los periódicos más grandes incluyó detalles gráficos en la historia sobre la anulación. Dijeron que había cortado mi propio cordón umbilical, que saqué al bebé y que lo tiré a la letrina mientras todavía estaba vivo. Ni citaron al juez que me liberó.
Traté de empezar a trabajar inmediatamente pero luego me di cuenta de que en verdad no estaba libre. He tenido que trabajar desde que era una niñita. Soy muy trabajadora y haré lo que sea para cuidar a mi hijo. Nunca he tenido miedo de trabajar. Metía mis manos al inodoro para limpiarlo cuando estaba en la cárcel. No tengo miedo a un trabajo honesto.
Pero entraba a los negocios que tenían letreros anunciando que solicitaban trabajadores en sus ventanas y me miraban y decían que ya habían llenado el puesto. La gente me reconocía y no me querían contratar.
Me decía a mi misma que jamás hablaría con un periodista otra vez. Los medios de mi país usaban la historia en mi contra. Nunca publicaron algo a mi favor.
Me invitaron a dar un discurso en una conferencia en Estocolmo. Eso fue mi oportunidad para salir. Gente de Suecia que nunca había conocido recaudaron dinero y pagaron por mi vuelo y el de mi hijo. También otros salvadoreños viviendo en Suecia.
Temía que no me dejaran salir del país porque el fiscal quería retomar mi caso de nuevo. Supe que habían anulado mi sentencia y me sentí más segura cuando ya recibí mi pasaporte sin problemas. Pero todavía me sentía inquieta en el aeropuerto. Estuve temblando cuando escanearon mi pase de abordaje para subir al avión. Al final, no tuve ningún problema para salir del país.
El primer vuelo de mi vida era de El Salvador a Panamá, de Panamá a Amsterdam y de Amsterdam a Estocolmo. No sabía nada sobre Suecia antes de llegar. La única cosa que entendí fue que tenía muchos lagos cuando vi un mapa.
Llegué a Estocolmo en octubre del año pasado y el día siguiente solicité asilo. Fueron muy amables conmigo. Sé que otras mujeres como yo han huido a Estados Unidos sin autorización. Algunas de ellas son indocumentadas o todavía están pasando por el proceso de asilo.
Había una sensación de alivio cuando llegué aquí pero también ha sido muy difícil. No me puedo comunicar con muchas personas y solo tengo a mi hijo conmigo.
Vivo en viviendas para inmigrantes del gobierno sueco. Está en un pueblo rural que está a dos camiones y un tren de Estocolmo. Pero puedo caminar hasta un lago. Somos la única familia hispanohablante por acá. Sabía que íbamos a batallar y tener que luchar para empezar nuestras vidas aquí, pero hay veces en que siento que ni sé por dónde empezar.
He conocido a otros salvadoreños que han recibido asilo aquí. Muchos de ellos huyeron durante la guerra civil en los años 80 y los principios de los años 90, algunos habían perdido incluso extremidades durante la guerra. Han formado una comunidad aquí y me han apoyado, hasta me han invitado a unas pocas cenas.
Ahora estoy aprendiendo sueco cuando uso internet. Mi hijo ya ingresó a la escuela y también me enseña unas palabras. No tenemos internet en la casa. Cuando puedo pagar para el servicio de un teléfono celular, usamos mi teléfono, pero hay veces en que tenemos que ir a los centros comerciales para conseguir wifi gratis y estar en línea. No puedo trabajar hasta que no reciba mi permiso de trabajo.
Las personas que supieron que me venía a Suecia a través de grupos de activistas me han donado cosas. Mi vecino me regaló tener su televisión vieja. Es un padre soltero de Siria con tres hijas.
También he ido de compras sola de vez en cuando. Pasé por una tienda y vi un letrero grandísimo cuando fui a la oficina de inmigración. Miré a mi hijo y le dije, “hay que entrar”. Es un lugar que se llama Ikea. Ahí compré mis trastes. Nunca había escuchado de Ikea pero veía que la gente entraba y salía, entonces entré para ver lo que encontrábamos. La primera cosa que dije fue: “Wow, está grande este lugar. No tenemos nada como esto en San Salvador”. Pero ya sabes, la cosa más importante para mi ahorita es el precio de todo.
Han pasado cinco años desde que el juez declaró que fui culpable de un homicidio. Eso fue en julio de 2012 y todavía sigue ocurriendo.
[El 5 de julio, un juez salvadoreño sentenció a Evelyn Beatriz Hernández Cruz, una joven de 19 años de edad, a 30 años en la cárcel porque tuvo un bebé nacido muerto en su baño. Estuba en su casa el 6 de abril de 2016 cuando sintió un dolor agudo en su estómago y fue al baño. Luego se desmayó y despertó en un hospital. Los trabajadores del Hospital Nuestra Señora de Fátima en Cojutepeque la reportaron a la policía.
Los fiscales no pudieron presentar evidencia para determinar que el feto murió en el útero o momentos después de que le dio luz, pero todavía fue culpada por homicidio y condenada a 30 años en la cárcel].
Le he contado a mi hijo que quiero que él también comparta su historia con periodistas cuando llegue el momento. Quiero que el mundo sepa lo que estas leyes y el estigma le está haciendo a las familias de estas mujeres. Ya no tengo miedo de hablar de esto. No me importa lo que la gente diga de mi. Voy a hablar de las vidas que las mujeres salvadoreñas están viviendo.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés.